jueves, 1 de marzo de 2012

Yo marché con las putas y me echaron

2011-11-13 — 12:00:00 AM — A fines de octubre tome una decisión: pasar de trabajar en el periódico más antiguo del país, La Estrella, al diario ‘libre de Panamá’, La Prensa. Lo hice luego de hablar claramente con la directora del futuro nuevo lugar de trabajo: ‘Me preocupa solo una cosa: la censura. Yo vengo haciendo un trabajo en La Estrella con completa libertad de investigación y creación, investigaciones sobre conflictos fronterizos y binacionales, la trata de personas y la militarización del Darién, con la posibilidad de explorar en las formas y la escritura, y nunca he tenido problemas’, le dije en la entrevista. -Acá no hay censura —respondió. El 20 de octubre de 2011, un mes después, ya era parte del ‘diario libre de Panamá’. Me gustaba pensar que por esos pasillos alguna vez habían caminado los seres que, sin importar el gobierno y la opresión, se enfrentaron al poder con la insignia de la libertad de expresión. Me inspiraba creer que ahora me tocaba a mí hacer el trabajo de iluminar las tragedias cotidianas —e invisibilizadas— de los panameños: contar historias que ayuden a que las cosas que le hacen mal al país y su gente dejen de suceder. Y ahora lo haría en el diario de la libertad —qué afortunada soy, pensaba mientras metaforizaba mi camino periodístico por Panamá, al mejor estilo Cándido—. Pero así como al protagonista de la novela de Voltaire se le va develando que el castillo de thunder-then-tochk no está ni cerca de ser el mejor de los mundos posibles, fui encontrándome con una realidad diferente a la idea de libertad y creación. A cinco días de mi llegada, sabía que escribiría sobre la Marcha de las Putas. ¡Por fin! Es algo que manejo porque he trabajado femicidio y violencia contra las mujeres en textos para La Estrella y Reporteros de Colombia. Desde la mañana lo planteé para ver si lograba un espacio, si se podía utilizar la excusa de la marcha para analizar la situación, desde el punto de vista de políticas públicas. Al medio día me informaron que no. No había espacio. No parecía tan relevante en la coyuntura del momento. Tres párrafos, consideraron, eran suficientes para la cobertura de un reclamo internacional que tenía su eco en Panamá: contar el hecho, contundente y tajante. Lo cierto es que llegué a la marcha, empecé mi labor de observación y en un momento inteligible, mientras veía y oía a esas mujeres fuertes, mis hermanas de la vida, mis amigas compañeras, gritando, saltando, exigiendo sus derechos de forma unánime, me emocioné. Estaba allí como periodista, pero también como mujer. O ¿para ser periodista debo dejar de ser mujer? La asistencia masiva, la energía en la lucha sonora y la exigencia de no más violencias me conmovió: he vivido las violencias de múltiples maneras en repetidas ocasiones. Marché, canté al ritmo de ‘Respect’ de Aretha Franklin y de La Mala Rodríguez con su nanai ‘mírame a los ojos si me quieres matar, nananai’. Y cuando llegamos a la Asamblea pedí la sala de prensa y envié el texto. Al día siguiente la editora me contó, a manera de ejemplo, la historia de un muchacho ambientalista que sólo quería cubrir temas de medio ambiente, por eso lo mandaron a política, donde no dio pie con bola y lo tuvieron que sacar, ‘con todo el dolor del alma’. A medida que hablaba entendí lo que me quería decir, era su manera de darme consejo: que en el periódico no se puede hacer activismo. ¡Alguien había comentado por ahí que me habían visto cantando en la marcha! Sin saber bien por qué, ofrecí disculpas y me comprometí a no volver a dejarme llevar por la emoción en horas de cubrimiento. No iba a hacer lo mismo con mi vida privada y cotidiana, el periódico no tiene jurisdicción en ella. Suponía que formaba parte del aprendizaje de las reglas de un lugar nuevo. Mientras el país celebraba a sus muertos y se engalanaba para las fiestas patrias, el 2 de noviembre, la directiva me citó a reunión. -Ahora somos el único diario que hace oposición. El gobierno tiene los ojos puestos en nosotros y no podemos correr riesgos contigo-, dijo. -Uf- contesté-, qué tengo que decir a favor cuando ya el veredicto se dio. Esto no es una reunión, es un despido. -Sí -aceptó la directora. -Si ni siquiera has escuchado mis argumentos -respondí-. ¡Cómo me vas a despedir si no llevo ni dos semanas y cuando me trajiste me dijiste que había total libertad de expresión y que te gustaba mi trabajo y que querías que hiciera investigaciones! Las palabras fueron y vinieron. Yo trataba de argumentar que apenas llevaba doce días. Que ellos me hicieron dejar un trabajo porque me prometían una posición mejor, en ‘el diario libre de Panamá’. La verdad, no podía creer que me estuvieran echando por ejercer mi derecho a la libertad de expresión. La directora argumentaba que esa falta no se podía pasar por alto, que ya habían despedido a otra gente por eso ‘con lágrimas en los ojos’ porque llevaban mucho más tiempo que yo. Que no. Que no había vuelta atrás, que no era posible que después de proponerme el mejor de los trabajos posibles en el diario libre de Panamá hicieran una amonestación al error y volvieran al ensayo que conduciría a la nueva experiencia. En La Prensa, lo dice su directora, un periodista comete un error cuando se involucra con una historia. Como si eso no fuera, pues, el compromiso con la profesión. ¿Cómo hacer un texto vibrante y emocionar al lector, si al periodista no se le permite sentir nada? Mientras era despedida recordé el seguimiento de la noticia de las muertes maternas y perinatales en Changuinola, cuando estuve cuatro días metida con la familia de Johana Vargas, una joven que perdió la vida mientras intentaba traer una al mundo, en el parto, por falta de insumos en el hospital; una de las víctimas de la negligencia de la CSS. Estuve en el entierro, y hasta lloré. Lloré por el dolor de esa familia, por el dolor de la impunidad. Me hubieran podido echar de La Estrella también. Afortunadamente nadie me filmó, pensé. Por eso hoy, Día del Periodista, cuando por primera vez escribo en primera persona, sigo pensando en el ‘riesgo’ que yo era para La Prensa según su directora: ¿Riesgo de qué, para quién? La Prensa repite hacia adentro del diario lo mismo que le critica a los gobernantes que abusan de su poder. Doce días después de entrar al mejor de los periódicos posibles de Panamá, el diario libre del país, me sumo a otras voces calladas al interior del diario que pide públicamente que no los callen. Hombres y mujeres a los que no se les dignificó su profesión, porque la libertad de expresión solo es hacia afuera, un derecho de la empresa pero no de sus periodistas. PERIODISTA CAROLINA ÁNGEL IDROBO http://www.laestrella.com.pa/online/impreso/2011/11/13/yo-marche-con-las-putas-y-me-echaron.asp

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